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-¡Corre!- gritó ella al ver como el viento soplaba y la arena de la playa se levantaba.

-¿Y si no quiero?, ya me cansé de huir de la realidad- contestó él y ella paró en seco.

No se había planteado que ese era su pensamiento. Siempre fueron cautos y tímidos. Nadie conocía que detrás de miradas fortuitas y saludos susurrados existía una historia de amor. Sintió las lágrimas acumularse en sus ojos y los cerró fuertemente, no podía demostrar lo decepcionada que se sentía de si misma.

-¡Ey! ¿qué sucede, muñeca?- él se percató que ella perdió toda la luz que la rodeaba y apuró el paso para saber que le pasaba. Al levantar su rostro se topó con sus ojos anegados de lágrimas y sus labios tiritando. Rápidamente la abrazó y besó repetidas veces su cabello. Ella soltó un sollozo y el corazón de él se contrajo.

-Perdóname... por no comprender... lo que quieres... perdóname...- susurraba ella entre espasmos. Él volvió a levantar su rostro y besó sus párpados para después decirle:

-Te adoro, mi amor. Quiero demostrarle a todo el mundo lo felices que somos, tomar tu mano sin importar que, besarte sin temor. Necesito hacerle saber a todos que eres mía, princesa.- tomó aire y continúo- no hay que pedir perdón por nada, tú eres maravillosa.

-Pero no fui capaz de entender lo que querías... ¿y qué pasa si sucede otra vez?

-Lo arreglaremos, como ahora.

Y sin más la besó. Porque sabía que aquel gesto la calmaría y que valía mucho más que mil palabras. Tomó su cintura fuertemente y ella enrrolló sus dedos en los cabellos de él. Acortaron el espacio que había entre ellos para fundirse en uno.

Frente al mar y una puesta de sol sellaron su amor eterno. Al separarse, ella estaba sonrojada y él le sonrió dulcemente. Se quedaron ahí largo rato, escuchando sus corazones y llenándose de la mágia del mar.

-Te amo, Beatrice.

-Y yo a ti, Luka.

Lo mejor de mi vida eres tú.

V*